viernes, 16 de agosto de 2013

¡AGARRATE, CATALINA!

Pocos deben ser los que imaginaban una irrupción como la que protagonizó Cristina Fernández de Kirchner el miércoles, con un discurso duro desde Tecnópolis, cuando todavía continuaba el festival de interpretaciones y especulaciones acerca del (pre)veredicto de las urnas -el final y definitivo será en octubre- atendiendo el buen entender, la conveniencia o la cuota de mala intención de cada analista, comentarista u “opinador”. Y, conociéndola,  seguramente eran muchos los que esperaban su reacción a tanta habladuría que abundó. Fue un aguafiestas que vino a interrumpir aquella efervescencia en la que el término “derrota” era el ungido por quienes no soportan el proceso de transformación encarado por el kirchnerismo y se empeñan en forzar una realidad que no cede; aquellos que se encaprichan una y otra vez con anunciar un “fin de ciclo” que hasta ahora nunca llegó; aquellos que no digieren la potencia con que el kirchnerismo avanza, arremete, en el modelo de país que plantea su proyecto político. Y si lo ponen en situaciones que pueden resultarle incómodas sabe “fugar hacia adelante”, agregaría Eduardo Aliverti.
La Presidenta no hizo autocrítica, habló de poderes concentrados, atacó al vencedor del domingo y movilizó a la militancia K: cristinismo del más puro”, mintió La Nación al día siguiente en un copete. Y desde Clarín uno de sus editores la mudó de “sedada y contenida” (por el domingo a la noche) a ser la mandataria “alterada y llena de bronca” que todavía no admite la derrota electoral.
Nada de eso… Cristina Fernández fue brutalmente frontal. Primeramente dejó en claro que ella es la Presidente hasta el 2015. Y quienes están acostumbrados a digitar las cosas sin ser gobierno -ni querer serlo- no lo resisten… Luego tiró el guante, los puso contra la pared. Retó a los referentes de los sectores económicos y al sindicalismo a no jugar a las escondidas, a sentarse con el Gobierno a discutir políticas concretas, que, por otra parte, fue lo mismo que desafiarlos a decir a cara descubierta qué es lo que quieren y lo que tienen para proponer. Sin intermediarios ni mandaderos.
Una apuesta fuerte. Con ello, recojan o no el guante se sabrá quién es quién, quién quiere consensuar y quién no, quién quiere ir para adelante y quién devolver la Argentina al pasado. Y… ¡agarrate, Catalina! (1)
Algunos referentes lo recogieron y dieron su aprobación, dijeron estar dispuestos. Incluso el titular de la Confederación General del Trabajo (CGT) disidente, a quien el chupetín (barato) que tanto buscaba y le dieron por ahí se le cayó en la arena. Pero la prensa continuó horadando. Trató de ridiculizar su discurso. ¿Dónde quedó el diálogo que tanto reclabaman? ¿Era farsa? ¿No será que simplemente quieren imponer, como siempre lo han hecho? Quizás les molestan las formas…, pero son las de quien gobierna.
Aunque aparte, la Presidente también debería convocar públicamente a confrontar, de cara a la ciudadanía y sin restricciones, a quienes hoy son oposición. Sobre todo a los aspirantes a ocupar las bancas del Senado y de la Cámara de Diputados que en diciembre quedarán libres, que hasta ahora han evitado cualquier debate televisado con los candidatos del oficialismo.
Ahí también… ¡agarrate, Catalina!, que las elecciones están a la vuelta de la esquina.


‘(1) Catalina pertenecía a una familia de trapecistas que trabajaban en un circo recorriendo los barrios porteños en los años cuarenta. Su bisabuela, su abuela y su madre habían muerto durante diversas actuaciones circenses. La gente, que conocía su historia, a modo de cábala y antes de cada función le decía "¡Agarrate bien, Catalina!”. Con el correr del tiempo la frase se fue deformando hasta llegar al conocido "Agarrate, Catalina”. Antes de cada actuación, alguien del circo lo gritaba, hasta que una vez la persona que debía pronunciar la frase no estaba presente. Así fue como la pobre Catalina terminó muriendo a los 25 años durante una función del circo en el barrio de San Telmo.


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