miércoles, 8 de agosto de 2012

SIMPLIFICACIONES TRAMPOSAS


La comprensión del otro es, en el discurso de los medios, siempre y necesariamente simplificadora”, escribía Lucía Caruncho para un matutino en octubre del año pasado. Lástima la intencionalidad de determinadas simplificaciones que atentan contra la función básica de informar y la posterior discusión de los hechos, si se quiere y/o el tema lo requiere. Simplificaciones interesadas en provocar malhumor social; incluso en impedir algunos cambios socioculturales saludables.
Para muestra basta un botón, dicen. Una, de las últimas semanas: los presos. Ejemplo inscripto en el show de la inseguridad, que desde hace un par de años se constituyó en una de las herramientas favoritas de la corporación mediática dominante para la horadación; inseguridad que hacen aparecer y desaparecer a gusto. O si se quiere, más o menos como hace poco lo dijo Eduardo Aliverti: un subibaja que responde al grado de ebullición de la temática política propiamente dicha.
Es que la inseguridad genera miedo. Y el miedo es un disciplinante social, además de debilitar el tejido social. Instalar la sensación de inseguridad en el imaginario colectivo es funcional a los intereses de los enemigos del Gobierno.
Haber encontrado al recientemente condenado Eduardo Vázquez, ex baterista del grupo Callejeros, participando de un acto cultural (dicen), dio el pie. El alboroto no se hizo esperar.
La complejidad del sistema carcelario en sí mismo, y todo lo relacionado con él, requiere de análisis profundos por parte de especialistas en distintas disciplinas que den lugar a un debate serio y concienzudo. No es intención de este espacio opinar acerca del “permiso” o “salida controlada” de la discordia; de ese/a ni de otro/a u otros/as. Lo que tiene para decir es que apoya la implementación de programas de rehabilitación y reinserción social para quienes están privados de la libertad por haber delinquido. De hecho celebra, por ejemplo, la sanción, hace exactamente un año, de la ley impulsada por los diputados Adriana Puiggrós y Ricardo Gil Lavedra, disponiendo que todas las personas detenidas en cárceles que no hayan concluido los niveles educativos obligatorios deben recibir educación primaria o secundaria, según sus necesidades, y, además, que tendrán derecho a realizar estudios terciarios y universitarios.
Si bien el ejemplo dado es puntual no debería escapar a la inteligencia de nadie que habrá otras posibilidades, alternativas y/o complementarias, que viabilicen la búsqueda. Tampoco que ninguno de esos programas llevará el sello de infalible. Pero no brindarle las condiciones que permitan su rehabilitación y reinserción es pensar al presidiario en términos de “malo”, estigmatizarlo, excluirlo definitivamente, empujarlo a continuar por la misma senda que lo condujo a la cárcel cuando recupere su libertad; y con ello la inseguridad se asegura perpetuidad. En este mismo sentido, el Lic. en Comunicación Social, docente de Filosofía Política Moderna, Roberto Samar, sostiene: “Desde la primera infancia consumimos a través de las industrias de entretenimiento discursos que van estructurando una sociedad bipolar, esencialmente constituida por buenos y malos…, pensamiento funcional a modelos basados en el castigo y la exclusión, que pone al “otro” en el lugar del “malo”… Pensar al otro como “malo” no le permite la posibilidad de cambio”.
Al hablar de complejidad del ámbito carcelario, finalmente tampoco debería escapar a la inteligencia de nadie que cualquier programa con esta finalidad que se ponga en práctica será insuficiente si no conlleva la adecuación del sistema penitenciario; incluida la depuración y la reducación de sus agentes, tanto a nivel nacional como provinciales. Incluso haciendo extensivas éstas últimas a las policías. Una tarea titánica que no admite ligerezas. Por el contrario, demanda compromiso y seriedad para ser abordada, cernida y llevada adelante como corresponde.

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