martes, 9 de abril de 2013

MAESTROS Y MAESTROS

Igual que en el mes de marzo, los primeros días de abril nos encontraron de duelo nacional. Esta vez la lluvia caída sobre la ciudad de La Plata y alrededores y Buenos Aires enlutaron el país. Agua como nunca (o casi); agua que ahogó la vida de decenas de personas, frutos y sueños.
¿Y quienes quedaron? A sufrir… Perder, llorar, tirar, limpiar. Apechugar y pedir al cielo que no suceda más. Agradecer estar con vida… y volver a empezar.
Las inundaciones produjeron un efecto similar a la del 27 de octubre de 2010. La juventud sorprendió nuevamente a toda la sociedad. Aquella vez, acudiendo en cuantía a despedir los restos de Néstor Kirchner, demostrando cuán hondo había calado su propuesta en el mocerío; inimaginable para propios y extraños al proceso de transformación que el ex Presidente inició en 2003. Y ésta vez con su trabajo voluntario, a destajo, socorriendo y distribuyendo ayuda; dotando de cuerpo y sentido a las palabras de la actual primera mandataria: “La Patria es el otro”. Con hechos, con su ejemplo y pocas  palabras enseñaron como verdaderos maestros.
Nuestros jóvenes demostraron una conducta cívica ejemplar, producto de una conciencia social que, años ’90 mediante, parecía definitivamente perdida. Por lo menos a quienes somos más historia que futuro.
Creyentes o no, actuaron en línea con este pasaje del Informe Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe, ya transcripto en el último post de éste espacio: “… los cristianos, como discípulos y misioneros, estamos llamados a contemplar, en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos.”
Nuestros jóvenes enseñaron que solidarizándose con el otro, sin pedir nada a cambio, por el simple hecho de amortiguar un tormento ajeno, ahuyenta la sensación de desamparo que pueda sentir quien cayó en desgracia y hace de cualquier tierra un lugar digno en donde vivir. Y del individuo, una persona mejor. También enseñaron que, en una cruzada por el otro, la forma en que se logran las cosas es aunando esfuerzos y organizándose. Tal vez inspirados en el espíritu de la creación de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López, miles mostraron el poder de ese ser intangible: el héroe colectivo.
Enorgullece el florecer de un nuevo horizonte para nuestro país, independientemente de la “ensalada de repentinos especialistas en fenómenos meteorológicos, entubamiento y desentubamiento de arroyos, cambio climático universal; demagogias defensivas u ofensivas, chicanas para sacarse las imputaciones de encima y casi interminables etcéteras de tenor análogo” (en palabras del periodista Eduardo Aliverti) que formó parte del menú de estos días. Y de los otros maestros; los de la bajeza, los miserables.
¿No es suficiente que los muertos sumen decenas? ¿No basta con decir solamente que todavía hoy algunas personas continúan desaparecidas, sin ser encontradas o halladas a cuentagotas, en vez de hablar de un “nuevo Indec”, el de los muertos ocultados por el Gobierno? ¿No es suficiente que los damnificados hayan perdido todo o casi todo? ¿Es necesario simular pesadumbre y mechar permanentemente testimonios e imágenes del dolor con publicidad de artículos del hogar, básicos, de primera necesidad, y electrodomésticos, haciendo referencia explícita a lo perdido? ¿No es suficiente que hayan quedado personas sin nada para abrigarse ni comer? ¿Es necesaria la humillación de someter a un damnificado a abrir ante cámaras el bolsón de comida que recibió, mostrar su contenido y desmerecerlo?
¿Acaso algo de todo ello puede llamarse respeto por el sufrimiento ajeno, por las terribles lastimaduras -algunas irreparables-? Sin embargo, esa exhibición impúdica del morbo se vio -en algunos medios de comunicación, por supuesto- de la mano de esos otros maestros. Los que pertenecen a un país que resulta legítimo pretender que quede en el pasado. Aunque ellos se resistan.

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