martes, 23 de abril de 2013

LA BALDOSA

Varias imágenes, cuidadosamente evitadas por quienes se ocuparon de exhibir cuan civilizados fueron el jueves pasado -como antes pretendieron hacerlo con el 13S y el 8N- los descontentos, sus formas y sus reclamos, remontaron el recuerdo a escenas de otras épocas: una turba -aunque no tan confusa y desordenada como en rigor supone el término- trepándose y trasponiendo el enorme enrejado que protege el frente del Congreso, con  la intención de acceder por su puerta principal; o ya ingresada, provocando un principio de incendio en su Salón Azul; o corriendo por cuadras a un joven que por manifestarse en desacuerdo con ese desmán y tratar de evitarlo, hasta que tuvo que ser rescatado de su refugio provisorio por la policía; o la foto que ilustra este post: el enchastre de una baldosa vivando a un genocida confeso que no deja de decir que volvería a cometer los mismos crímenes y hace un llamamiento a sus camaradas “que aún estén en aptitud física de combatir” para que se levanten en armas contra el Gobierno. No es una baldosa cualquiera sino que conmemora la desaparición forzada de un trabajador -en este caso, del Banco Nación-, como muchas otras similares que pueden contemplarse en varios barrios porteños; cicatrices de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica.
Todas y cada una de esas imágenes muestran la violencia larvada que anida en los pliegues de las convocatorias a las concentraciones que se nombran con la fecha abreviada. Tal vez su sustancia.
Violencia escondida tras demandas que pueden ser atendibles o no, con las que puede estarse de acuerdo o no, que no encuentran otra forma de ser canalizadas y espacio donde hacerlo, referentes -en definitiva el reclamo fue también para la oposición, que no puede ofrecerle a la gente una alternativa política al modelo actual-; demandas de esa gente “sedienta de representación”, escribió la periodista y escritora Sandra Russo; demandas sobre las que se montan quienes tras bambalinas motorizan estas convocatorias, con las que maquillan su intencionalidad. Esos que vez pasada denominamos titiriteros.
La incapacidad de representación de la oposición se vio reflejada en dos aspectos: las consignas y el arco de dirigentes no kirchneristas, convocantes y presentes. Las consignas fueron quizás menos violentas y virulentas que en anteriores oportunidades pero igual de dispersas y huecas, respondiendo al clima que desde hace tiempo tratan de armar las construcciones mediáticas. La principal de todas fue la resistencia a la reforma judicial; proyecto de ley  que, más que seguramente, pocos cacerolos conocen en profundidad suficiente; proyecto que empujó a la oposición a mostrar una nueva dosis de contradicción, poniéndola en el brete de votarlo o no a favor, siendo apreciado, toda vez que los pone nuevamente a la cola de decisiones, atrás del oficialismo.
 Resulta difícil responder cómo es que el jueves pudieron confluir la ultraderecha más recalcitrante, grupos que se dicen de izquierda y centro izquierda (Movimiento Socialista de Trabajadores (MST), Proyecto Sur, Frente Amplio Progresista (FAP), etc.) y presuntos moderados como la Unión Cívica Radical (UCR).  Excepto si esa es: impotencia. Por respeto a la sensatez debe suponerse imposible pensarlos juntos bajo un mismo proyecto político y un mismo candidato junto a una fuerza política descomprometida como Propuesta Republicana (PRO) y su concepción liviana de las cosas. Igualmente, quienes marchan junto a la defensora a ultranza de ex procesitas Cecilia Pando, y/o sus pares ideológicos, tienen que hacerse cargo. No basta sólo con decirse de otra condición. Unirse a como sea trae sus consecuencias.
Ya hay quienes están convocando a bloquear el Parlamento el día miércoles 24. En nombre de la democracia (¡¿…?!) llaman a impedir que uno de los poderes del Estado, el Poder Legislativo, pueda cumplir su rol, a partir de la suposición de que hay una mayoría que va a aprobar proyectos de ley que ya tienen media sanción. “Intentar impedir que uno de los poderes de la democracia funcione es un hecho golpista”, opinó el  diputado Carlos Heller. Y tiene razón.


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