viernes, 22 de marzo de 2013

FRANCISCO

Fuente = TÉLAM
Con la elección del ex cardenal Jorge Bergoglio, ahora Papa Francisco, para suceder al renunciante Benedicto XVI, la agenda mediática se “vaticanizó”. Cuestiones como su nombramiento, las repercusiones, los análisis sobre su persona (claroscuros incluidos) y las especulaciones sobreabundaron en los medios, monopolizando el temario -porteño, por lo menos- durante los primeros días. Algo menos sucedió después de la ceremonia de asunción y, seguramente, como sucede con todos los temas, con el tiempo éste seguirá cediendo lugar a otros.
El hecho impactó. Mucho.
La emoción y la alegría genuina que dejaron ver en palabras, vigilias y homilías la Iglesia católica y sus más fieles creyentes, fue la parte rescatable y respetable del clima de fiesta que vivió una parte importante de nuestra sociedad. Tener “a uno de los nuestros” al frente de la Iglesia a cuyo culto adhiere cerca del 20 % de la población mundial, no es poca cosa.
En el otro extremo de la fotografía, su contracara: gente y agrupaciones de Derechos Humanos. De ellos vinieron los cuestionamientos por el papel que jugó el nuevo obispo de Roma durante la última dictadura cívico-militar-eclesiástica. Cuando menos, hubo reparos.
En otros no faltó el exitismo bobo; aquel de los que el sólo hecho que el Sumo Pontífice sea argentino les basta para creer que el país, el continente o  el mundo se convirtió, o se convertirá, de la noche a la mañana, en edén; o quien sabe qué. Típico de quienes la vida les pasa por un costado; de los argentinos que no aprendieron nada o aprendieron poco de experiencias pasadas. Como el Mundial ’78, por ejemplo, con toda la distancia que media entre un campeonato de football -y ese en especial, pantalla de atrocidades- y la designación de un nuevo guía espiritual de 1.200 mill de almas en todo el planeta; pero sirva esa brutal diferencia como ejemplo de la banalidad con la que algunos trataron el asunto.
Y no podían estar ausentes los vendedores de supuestos éxitos futuros, desmedidos, tan falsos como otros anteriores y actuales, fabricados con habitual alquimia a favor de lo que tanto anhelan y la realidad les niega: ver agotado el proceso de transformación que incomoda sobremanera a sus ya indisimulados intereses. Malas noticias para ellos. La supuesta fría y distante carta de salutación de la Presidente no fue recibida así en el Vaticano. Al contrario, la conceptuosa respuesta de agradecimiento lo demostró. Y la primera mandataria fue la primera personalidad a la que Bergoglio le concedió una entrevista privada; y de una duración inusual (no 15 minutos, como mintieron), con almuerzo incluido (otro gesto, aunque trivial, no habitual). No hubo tensiones ni reclamos; al parecer, concurrencia de visiones. Además de intercambios protocolares. Un encuentro de dos líderes, dos depositarios del poder, uno del conferido por su pueblo y el otro por la fe, cada uno ocupando un lugar y una misión específica en un mismo momento histórico de la humanidad.
No han de extrañar sus coincidencias en la esencia de lo que nuestro continente -y un mundo mejor- demanda, más allá de ciertas diferencias que puedan sobrevenir en los detalles y las formas de encauzar los cambios. Basta remontarse a la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y El Caribe, realizada a mediados del 2007 en Aparecida (1), Brasil, que el ahora Papa Francisco presidió. Basta repasar su Documento Conclusivo; en especial, la parte “Mirada de los discípulos misioneros sobre la realidad”.
¿Retórica solamente? El tiempo dirá…
Igualmente las coincidencias no minimizan la tarea titánica que le espera al sucesor de Benedicto XVI, que hace a la institución misma y a sus deudas pendientes. La mismísima Introducción del referido Documento Conclusivo, reconoce: “Desde la primera evangelización hasta los tiempos recientes, la Iglesia ha experimentado luces y sombras. Escribió páginas de nuestra historia de gran sabiduría y santidad. Sufrió también tiempos difíciles, tanto por acosos y persecuciones, como por las debilidades, compromisos mundanos e incoherencias, en otras palabras, por el pecado de sus hijos, que desdibujaron la novedad del Evangelio, la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad”.
Entonces, en algún momento, Justicia terrenal mediante, la Iglesia y sus miembros comprometidos deberán rendir cuentas de su responsabilidad en sombrías actuaciones. Por caso, en estas latitudes.
Hay valores fundamentales que no se cobran en la ventanilla de la Justicia divina.

(1) Las anteriores fueron en Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla, (1979) y Santo Domingo (1992).




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