martes, 26 de julio de 2011

LAS FUERZAS MORALES (Parte III)

Los 3 parágrafos que integran el subcapítulo “DEL ENTUSIASMO” son un canto a la fogosidad del ánimo, que se supone caracteriza a la juventud. José Ingenieros permanentemente se dirige a aquella juventud, la predispuesta. Y la incentiva.
Permanentemente juega en sus apreciaciones con el contraste entusiastas-no entusiastas. Insiste con la necesidad de contar con entusiasmo cuando de alcanzar los ideales se trata; y la esterilidad de estos últimos sin el primero. Quizás, por aquello que los jóvenes deberán luchar contra “bastardeados apetitos”, “desafiando el recrudecer de las resistencias inmorales que apuntalan el pasado”.
También deja abierta la posibilidad de conservarlo a aquellos que han dejado atrás su años mozos aunque no sus ideales y, consecuentemente, tampoco la esperanza de producir cambios. Son, para él, quienes pueden llevar el mensaje a la nueva generación. Sostiene:Para ser entusiasta no basta ser joven de años; hay que formarse un ideal, sobreponiéndose a las imperfecciones de la realidad y concibiendo por la imaginación sus perfecciones posibles”.  
He allí una perfecta combinación: experiencia y potencia, unidas por ideales y entusiasmo. Perfecta y prometedora. Hoy se percibe que la política “ha prendido” en muchos jóvenes, a contracorriente de quienes prefieren una sociedad despolitizada y que han puesto y continúan poniendo –considero y espero que inútilmente- todo su empeño en lograrlo. Y “ha prendido” gracias a “quienes depositaron en ellos la esperanza y lograron ventilar el escepticismo y despertar inquietudes… a quienes les abren paso en los terrenos de la política y de la gestión, constituyéndose en vaso comunicante entre generaciones de la práctica política”, promoviendo el cambio de estructura generacional en el sistema institucional.
Aunque, asimismo, en estos casos los heraldos encierran un peligro latente: la posibilidad de hacer confundir el rumbo. En la búsqueda del cambio hay que saber orientar la proa. Esa necesidad de contar con el saber, de la que habla José Ingenieros en el parágrafo 3, está  íntimamente ligada a ello y a evitar el engaño.
Ilustrarse no evita totalmente la posibilidad de equivocarse -“Un entusiasta, expuesto a equivocarse, es preferible a un indeciso que no se equivoca nunca”, sentencia el autor-, pero impide apasionarse ciegamente. Algo muy distinto a poner pasión en las cosas que se defienden y se hacen. “El que se apasiona ciegamente es un fanático al servicio de pasiones ajenas”, previene. El sangriento segundo quinquenio de los años ’70 nos enseñó. Una parte importante de una generación arrastrada por sus ideales y su entusiasmo, usada; y la más aberrante contrapartida posterior.
Por otra parte, el proceso de transformación político-social-cultural al que asistimos se abre camino en un terreno minado desde hace tiempo, babel fértil para el engaño por parte de pretendidos dueños de La Verdad. Sus esbirros y lacayos, incluidos. Ilustrarse también supone no caer en la trampa de sofismas.

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