viernes, 8 de julio de 2011

J Ingenieros - LAS FUERZAS MORALES (Parte I)

Consideraciones preliminares.
Terminé la nota anterior, diciendo: “Hace tiempo que la crisis de valores me devolvió a la obra de José Ingenieros…”
Valor es una palabra que depende del contexto en la que se la utilice. Posee una cantidad considerable de acepciones.
Los valores a los que me refiero cuando denuncio su crisis son aquellas cualidades que hacen estimable a las personas; cualidades positivas que le dan condición de virtud, o de bien apreciable, merecedoras de reconocimiento. Los hay de distintas jerarquías, superiores e inferiores, algo ya dependiente de la subjetividad.
De algunos ya hice mención anteriormente. Pero al decidir que por esa crisis de valores el tratamiento de “Las fuerzas morales” –el testamento ético de Ingenieros, según Héctor Agosti- sería parte de este espacio, prioricé en esta oportunidad al valor cívico. Aquel definido como entereza de ánimo para cumplir los deberes de ciudadanos; aquel en el que tendrán que apoyarse, sin temor, ”los jóvenes quienes más pronto que tarde deberán encarnar la transformación que revierta los resultados de las políticas que nos arrojaron desbastados moral, espiritual y económicamente en la puerta del siglo XXI”.
Al repasar esta pieza no olvidemos que José Ingenieros produjo obras de gran contenido ideológico, fue reconocido como Maestro de la Juventud de América Latina y su pensamiento tuvo gran ascendencia sobre varias generaciones del continente. Entre otras cosas, se destacó por su influencia entre los estudiantes que protagonizaron la Reforma Universitaria de 1918.
Juventud e ideal constituyen un binomio inseparable en el pensamiento de José Ingenieros, quien convoca a la primera a tener un ideal. Para el autor el idealismo es una fuerza moral que se inspira en el deseo de mejorar lo real; y mejorar lo real gira alrededor de lograr la justicia social, lo que en cierto modo explica por qué afirma que a las fuerzas morales “las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos”.
Basándose en el hecho que en “el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene” y en que, consecuentemente, “la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores”,  sostiene que las fuerzas morales son modelables con el transcurso del tiempo. “… no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales (a las que califica de “momias éticas, inútiles”). Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades”.
Sostiene que “cada generación renueva sus ideales”; y declara su anhelo de poder estimular a los jóvenes a descubrir los propios. Entiende que una sociedad que carece de ideales es una sociedad que no piensa (para él, una de las peores –sino, la peor- carencias), mediocre, y considera que los ideales son el resultado más alto de la función natural de pensar, producto del eterno deseo de perfectibilidad que debiera movernos en la búsqueda por aumentar la dignidad individual y la solidaridad del conjunto.

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