viernes, 15 de julio de 2011

LAS FUERZAS MORALES (Parte II)



En los 3 parágrafos que integran el subcapítulo “JUVENTUD”, José Ingenieros desliza conceptualmente que en cualquier momento histórico todo cambio siempre provendrá de la juventud. Alude al envejecimiento espiritual y moral de las generaciones como un hecho irremediable; y sostiene que es entonces cuando sobrevienen las crisis que les permiten a las sociedades avanzar, de la mano de los jóvenes, en la conquista del acrecentamiento de la justicia social.
El envejecimiento espiritual y moral de las viejas generaciones -que, para el autor, cuando se produce “la vida pública se abisma en la inmoralidad y en la violencia”- se constituye en una oportunidad para las nuevas, porque “cada generación abre las alas donde las ha cerrado la anterior”.
Advierte que esos jóvenes deberán luchar contra “bastardeados apetitos”, “desafiando el recrudecer de las resistencias inmorales que apuntalan el pasado”, porque quienes han envejecido “piensan en el pasado y viven en el presente”.
Esos bastardeados apetitos y las resistencias que apuntalan el pasado quedan claramente ejemplificados en el caso de Grecia, a cuyo gobierno se lo presiona -¿o extorsiona?- para que acate los condicionamientos que se le imponen para “salvar” su economía con recetas aparentemente racionales pero voraces y probadamente fracasadas: severo ajuste de gastos, aumento de impuestos, rebaja de salarios y privatizaciones. Todo a cambio de un “rescate” financiero que implica endeudarse más para pagar deuda; “rescate” financiero que requiere que las próximas 3 generaciones queden hipotecadas para devolverlo. Si pueden.
Una lógica puesta al servicio de los intereses de los bancos alemanes y franceses que requieren que “se honre”, para su propio resguardo -sino colapsan-, la deuda que el sistema financiero indujo a ese país (Grecia) a generar.
Ese es el caso europeo actualmente más visible. Pero Inglaterra también tiene lo suyo. Y Portugal. Y ya se ciernen sombras a futuro sobre España e Italia. La solución pretendida es común a todos: ajustes, sacrificio y rigor. El objetivo también: preservar al sistema financiero; ese que se resiste a mesurar su ambición. Tanto los pueblos en sí mismos como sus Derechos y sus necesidades no cuentan, incluso aunque ello demande la traición de los gobernantes a los principios que supuestamente los mueven y los llevaron al poder.
La escritora española Rosa Montero hace unos días dijo que siente que España está vieja en todo sentido. ¡Europa en general pareciera estar vieja! Y es por eso que en ese continente los jóvenes comienzan a manifestarse a favor de un cambio. Lo reclaman, lo exigen. Lo contrario a aceptar “tristes, resignados, escépticos, acatando como una fatalidad el mal que los rodea, aprovechándolo si pueden”, que es otra de las caras que José Ingenieros identifica con el envejecimiento moral y espiritual de las sociedades; y por ello urge a los jóvenes a “tomar a los ciegos de la mano y guiarlos hacia el porvenir. Arrastrarlos si dudan; abandonarlos si resisten”.
Si bien es un caso muy distinto a los anteriores, Chile es otro ejemplo de lozana sed de cambios. En el año 2006, a pocos meses de asumida la presidente Michelle Batchelet, los estudiantes secundarios la pusieron en jaque en lo que se conoció como la Revolución Pingüina.
Y por estos días, los estudiantes secundarios y universitarios parándole la enseñanza del país a Sebastián Piñera Echenique en reclamo de una educación gratuita y de calidad.
En nuestro país hemos visto mucho empeño en despolitizar a la sociedad. Pero “se percibe un resurgir de inquietudes, proveniente, principalmente, de sectores juveniles; sectores que no se dejaron inocular y que vienen marchando con toda esa envidiable fuerza que caracteriza a la juventud”, según terminé la nota “TEMBLADERAL EN LOS MEDIOS”.
José Ingenieros no sólo aprecia la pujanza de la juventud. También apela a la necesidad de que ella se capacite -la enseñanza, un tema que merece ser analizado aparte-, porque “un brazo vale cien brazos cuando lo mueve un cerebro ilustrado; un cerebro vale cien cerebros cuando lo sostiene un brazo firme”.
Dado que “la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores”, es dable pensar que ese avance al que hace referencia el autor será un perpetuo devenir; nunca terminará. Lo que explica por qué sostiene que “quien pone bien la proa no necesita saber hasta dónde va, sino hacia dónde”. La mayor amenaza: las tormentas a sortear para no confundir ni perder el rumbo.

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