martes, 9 de julio de 2013

9 DE JULIO

Independencia…, bellísima palabra… Tanto como sus escoltas: libertad, soberanía, autodeterminación…
Hoy festejamos su día. El día en que por 1816 se declaró la argentina, la nuestra, la que quienes nos tuvieron durante siglos bajo su yugo tardaron 47 años en reconocer; y hace apenas unos días fueron parte del atropello de quienes se niegan a aceptar que independencia no es una palabra vacía.
El planeta no está exento de esos. Por un lado, los que están acostumbrados a imponer a otros su voluntad, sometiendo; por otro, los que proyectan en los demás su propia incapacidad de ser realmente independientes. Sucede que, entre otras cosas, para ser independientes hay que saber plantarse en la vida. Solo así puede honrársela. Pensando en esto último este espacio transcribe algo al respecto en OTRAS VOCES. Y pensando en nuestra patria, abajo, una oda a ella, escrita en 1966 por Jorge Luis Borges:

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.

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