domingo, 7 de julio de 2013

EUROPA VIEJA

Escribíamos vez pasada que el fiscal general Alejandro Alagia recientemente comenzó una nota diciendo: “Si los supremos magistrados que hoy se oponen a la reforma democratizadora del Poder Judicial ocuparan igual posición en la época de la colonia habrían resistido la Revolución de Mayo y sus ideales de soberanía política”.
¡Seguramente! No existe conquista sin conflicto. Cada conquista necesariamente afecta intereses; y éstos procuran defenderse, por ende, surge el conflicto. Sobre todo si la primera es popular y los segundos son particulares; condiciones que pueden asimilarse a la propuesta del Poder Ejecutivo, convertida en ley por el Legislativo, tendiente a modificar la conformación del Consejo de la Magistratura y la elección de quienes lo integrarían. Una ley que provocó un cisma en el seno de la mismísima Justicia y dejó al descubierto varias cosas.
Principalmente que la tan mentada “familia judicial”, no es tal. Están los unos y los otros; los que reconocen, quieren y abogan por la reforma del sistema judicial, en sintonía con los tiempos que corren, y los que no. Los defensores del statu quo que hacen del Poder Judicial un reducto inexpugnable para la voluntad popular, del Derecho una interpretación a la medida de su conveniencia y sus intereses -y de los que representan-; que actúan corporativamente, se aferran a sus privilegios, etc., etc.
El fallo de la mayoría de la Corte Suprema de Justicia respecto del Consejo de la Magistratura -y el comportamiento de éste- pinta de cuerpo entero a aquellos últimos. Y es en este punto donde resulta certero el concepto de Aliaga. Ya se vio en este espacio cómo, entre otras cosas, el fallo desdibuja esos ideales de soberanía política. Por lo menos, los que reflejaban la pluma de Mariano Moreno. Habrá que ver por qué justamente los de aquel y qué paralelismo puede trazarse con la actualidad. Aunque no es el único. Encontramos entre las máximas de Domingo Faustino Sarmiento: “La Constitución no se ha hecho únicamente para dar libertad a los pueblos, sea hecho también para darles seguridad”. ¿Acaso el fallo en cuestión no violenta en cierta manera la seguridad del pueblo?
Si de violencia hablamos, este post no puede ignorar ni dejar de repudiar la reciente de una parte de la vieja Europa. La Europa vieja. La realmente vieja, deslucida, que supo ser cuna de pensamiento y abanderada de grandes cambios, hoy presta a los mandatos más humillantes. La parte que también se acomoda perfectamente al escrito de Alejandro Aliaga, aunque no haya sido el sentido en el que el autor se pronunció; la que sometió a América del Sur y Central al mayor etnicidio de la historia de la humanidad (1) y la expoliación (2), cuestiones de las cuales nunca pidió perdón, tal vez considerando que con su aporte “civilizador” el balance fue positivo para el continente; de la que sus colonias se independizaron, les guste o no; la que, no obstante, no entiende que sus antiguas colonias ya no lo son, y, evidentemente, no las respeta como Estados independientes al afrentar a uno de sus mandatarios. Y más: considera que no debe disculparse por su comportamiento, aún frente al ridículo que protagonizó.
Que esa parte de Europa continúe renunciando a su soberanía política y económica si sus gentes se lo permiten, pero que respete a las Naciones que no por jóvenes son menos y han decidido no dejar en manos de la rapiña y la dominación su soberanía y la dignidad y el futuro de sus pueblos. Las caras de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) conforman un mosaico. Y están mirando atentas…

(1) Se estima que la matanza alcanzó la cifra de 50 millones de aborígenes.
(2) Si se olvida es porque “el intelecto ha renunciado a su naturaleza, para la complacencia de la voluntad”, diría Schopenhauer. Si se niega, es porque en quien lo hace prima la inmoralidad.

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