martes, 23 de julio de 2013

TODOS A ESCENA

Hace casi un mes que se descorrió el telón. Protagonistas y actores de reparto ya están en el escenario, incluso algunos directores de cada obra. No se trata de una colectiva, única. Cada elenco representa la suya sobre las tablas, como suele decirse, ansiosos de lograr el reconocimiento del público que se expresará en votos dentro de 19 días, no en aplausos, como  parte del juego de la política; un juego que durante cinco décadas del siglo pasado fue interrumpido en varias  oportunidades. Intempestivamente.
Por entonces la sociedad argentina trashumó entre interrupciones y reanudaciones de la vida democrática. Y en cada una de esas etapas, se supone, asimiló, para bien o para mal, la respectiva convulsión política que la abría o aquella que la clausuraba; que la provocaba y/o provocaba luego ella misma.
El mal no está en las convulsiones políticas. Ellas “traen también la experiencia y la luz, y es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen al fin de las tradiciones envejecidas, de los hábitos ignorantes y de las preocupaciones estacionarias”, decía Domingo Faustino Sarmiento. Aprendamos de esas palabras. El mal, en todo caso, reside en los intereses que, disfrazados según la ocasión, históricamente provocaron las interrupciones; aquellos que desprecian la política y sus juegos cuando la primera los afecta.
Pero, en cierta forma, depreciar la política también es decir cosas, sin ruborizarse, como algunas que se escuchan en los discursos de campaña; depreciar la política también es recurrir a spots de campaña como algunos que han comenzado a mostrarse en las pantallas televisivas; depreciar la política también es hacer cosas como algunas que se hacen por estos días de campaña. (Exonerémosnos de dar ejemplos. Son bien conocidos.) En cualquiera de los casos hay que tener muy baja autoestima para aceptar mostrar tanta vocación  por el ridículo. Y mucha falta de respeto por el electorado.
Cualquiera de esos casos indefectiblemente nos lleva a un artículo de Juan Carlos Díaz Roig, de relativamente reciente factura, en el que nos ilustra que los griegos, antiguamente, a quienes se ocupaban de las cosas del Estado -cosas de la “polis”-, los tenían en alta estima, y los llamaban "Politikoons"; y de allí nació la palabra político. Pero, en el mismo artículo -y con razón-, advierte: “Una fuerte tendencia sobre todo de los medios de comunicación, máxime de los grupos hegemónicos, ha conseguido convencer, a masas enteras, que los culpables de todos los males, son los políticos y la política. /// A ello, se suma, por una parte que algunos políticos, con algunas actitudes, alimentan esta versión, y por si fuera poco, que otros, utilizan permanentemente el agravio, la diatriba y el vilipendio para debilitar al adversario”.
Aprender de aquel pensamiento de Sarmiento -y aprender a apreciar la política, cuidarla-, ayudará a torcer otro del mismo autor: “Los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan”. En ese camino estamos. Indudablemente. No perdamos el rumbo. Volviendo a la nota de Díaz Roig, los griegos, a los que se ocupaban sólo de su hacienda, su familia y sus intereses, “los denominaban "Idiots", y de allí nació la palabra "idiota", porque realmente sólo un idiota puede creer que puede realizarse solo, si no es en una comunidad que se realiza”.
En lo posible…, todos a escena.

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