miércoles, 15 de mayo de 2013

NI UNA COSA NI OTRA

La primera quincena de mayo ha llegado a su fin sumando semanas de partidización mediática. Desde ese punto de vista (la partidización mediática), nada nuevo en el horizonte. Las portadas y los editoriales de los diarios, las notas y los programas de opinión y demás coberturas periodísticas -al igual que aquellas pseudoperiodísticas que pululan- continuaron fustigando o prodigando trato favorable al Gobierno y sus iniciativas, según su posicionamiento ideológico. Cuando no, según los intereses que defienden.
Y las tormentas se suceden…
Motivos no faltan. Ni reales ni inventados. El Gobierno aporta los primeros, temas reales, y el opoperiodismo los segundos. No obstante estos últimos, el kirchnerismo va consiguiendo, secuencialmente, paso a paso, cada uno de los objetivos que se propone. Y lo consigue en base a una dinámica que ninguna fuerza (fuerza, casi una ironía) política opositora tiene; tampoco propuesta alguna, sólo manos vacías excepto protestas.
El arco opositor hoy es todo desconcierto, impotencia y desesperación. Envuelto en su galimatías, contrariamente a la independencia con la que debería actuar, se deja conducir. Rindiéndose a otros intereses; o respondiendo a ellos, como parte o en función de quien sabe qué supuesta conveniencia.
Resulta malo, muy malo. Para todos. Para ellos, porque se niegan a sí mismos la posibilidad de resurgir, aportar, ser protagonistas en la construcción de un futuro mejor; para el Gobierno, porque cualquier administración necesita de una oposición seria, propositiva, para enriquecer su programa; para la ciudadanía, porque sufre las consecuencias.
Así dadas las cosas, habiendo desperdiciado un tiempo precioso, ya frente a las próximas elecciones intermedias, la oposición no encuentra qué alternativa ofrecer. De momento, sólo reinan las especulaciones, aunque ya asoman las tensiones típicas que genera el armado de las listas. Ensaya contra reloj cualquier tipo de rejunte, que vanidades e incompatibilidades condicionan; y uno a uno se desvanece, cae como castillo de naipes ante la mínima brisa.
Nada hace pensar que ocurrirá lo sucedido recientemente en otras latitudes latinoamericanas. Resulten como resulten los resultados electorales, el oficialismo no tendrá la mayoría automática en el Congreso, como sí Ecuador; tampoco surgirá un Capriles argentino que le pise los talones al kirchnerismo. Ni una cosa ni la otra.
Respecto de los rejuntes a como sea… ¡qué bien vendría un poco de memoria! ¡Y qué distintas podrían llegar a ser las cosas si existiera en la Argentina una la ley de responsabilidad política (por llamarla de alguna forma)!; una ley que permita remover del cargo a la persona que incumpla sus promesas electorales o cuyos actos se desvíen sustancialmente de la plataforma política sobre la que se haya sustentado y/o del programa que haya propuesto. Hablamos de cargos electivos, por supuesto. El instrumento para la remoción podría ser, por ejemplo, un referéndum revocatorio... Una ley así, vigente, ayudaría a preservar la salud de uno delos pilares de nuestro sistema de gobierno: la representatividad. Hoy como ayer, una vez asumidos, los representantes hacen lo que les viene en gana. Aunque defrauden a su electorado. Y no hay herramientas para impedirlo… La única punición posible: el voto castigo en las elecciones siguientes. Pero no es retroactivo. Para entonces el mal está hecho.
Hay que reconocer que una ley así suena a utopía. Comenzando por la falta de voluntad política cierta de hacerla realidad -ni hablar de intencionalidad-, siguiendo por tantos otros cambios que deberían acompañarla, que tampoco gozan de voluntad política de concreción, y finalizando por la tendencia a la desaparición de las representaciones político-ideológicas con plataformas, programas y propuestas. Toda representación de ese tipo ha tendido a resumirse en algún que otro slogan, en imagen y otro tipo de representaciones: alguna figura ampliamente conocida, fácil (menos oneroso) de instalarla en el imaginario colectivo y portadora de éxito individual como carta de presentación, más allá de que tenga o no compromiso real con el rol a asumir. En resumen, la representación político-ideológica con plataformas, programas y propuestas está amenazada por la antipolítica; algo que el actual proyecto de transformación estaría revirtiendo y que la sociedad entera debiera entender que es necesario hacerlo. Por sano.

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