viernes, 20 de abril de 2012

Y PÉGUELE FUERTE

El antiquísimo jingle de la petrolera Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), que sirve de título a este post, pareciera haber inspirado a la Presidente Cristina Fernández de Kirchner. El lunes pasado envió al Congreso de la Nación -al Senado, para ser preciso- el Proyecto de Ley que declara de interés público nacional el logro de autoabastecimiento de hidrocarburos, así como su explotación, industrialización, transporte y comercialización; y que, adicionalmente, entre los puntos principales de su articulado, establece una serie de principios para la política hidrocarburífera por venir y la recuperación del  control de la empresa en cuestión vía expropiación de acciones.
Un golpe con el que el Gobierno evidencia una vez más que está decidido a cambiar la correlación de fuerzas; un golpe mortal a una parte significativa del negocio global de la empresa Repsol, que no es casual ni caprichoso. Golpe que provocó una polvareda fenomenal en todos los ámbitos, aquí y en el exterior.
Como recurso natural escaso, no renovable, del que la humanidad se convirtió en dependiente, el petróleo resulta estratégico para las Naciones que por gracia de la naturaleza lo poseen. Tan estratégico como por similares motivos lo son la tierra, el gas, los minerales y, en un futuro cercano -tan cercano que ya casi es hoy-, el agua.
Bien entendido, petróleo debiera ser sinónimo de desarrollo; y el desarrollo, también bien entendido, debiera ir asociado al bienestar de los pueblos. Sería lo ideal. Pero el petróleo ha demostrado ser tan apto como fuente de energía -entre sus usos más valorados- como para despertar miserias humanas.
Al “aceite de roca”, para los griegos, en el origen de su denominación, hoy algunos lo llaman “oro negro”; otros, quizás menos mercantilistas y seguro más afectos a Natura, “sangre de la tierra”. Paradójicamente a este último sentir, para muchos pueblos el petróleo ha significado y continúa significando sometimiento, sangre y muerte. Repsol, de la mano de su CEO, Antonio Brufau Niubó, aquí no ha llegado a ese extremo, pero sí a la expoliación y la depredación.
Oportunamente YPF fue una presa más en la fuente que, quienes trozaron al Estado Nacional, colocaron sobre la mesa del festín neoliberal. Repsol, invitado al convite, se la sirvió para sí; y se dejó llevar por un apetito excesivo y desordenado sin comprender que actualmente en la Argentina se respira un ambiente libre de libre mercado absoluto. Repsol se manejó como si su gula no fuera a provocarle consecuencias. Hasta que éstas llegaron; y hoy alza la voz y amenaza.
Para quien haya estado observando la actitud y el desempeño de esa compañía, incorrectamente presentada como española, la expropiación de YPF resulta natural, esperable y hasta necesaria. Ni causal ni caprichosa; menos que menos merecedora de los calificativos que usaron los ibéricos. Por eso la polvareda que levantó en ciertos medios de prensa locales el Proyecto de Ley y su anuncio previo, es desmedida.
El “qué” y su “por qué” resultan perfectamente claros, excepto para quienes no quieren verlos y para quienes quieren que no se vean. Resta el “cómo”.
Como todo cambio, el efecto de la medida tendrá que ver en cómo se lo administra y organiza. La habilidad con que el Gobierno se maneje determinará los resultados, tanto en el efecto sobre el desarrollo industrial, económico y social de nuestro país como en la percepción de los inversionistas para acompañar al Estado en la nueva etapa. De hecho, en este último sentido, ya pareciera haber posiciones favorables tomadas.
Seguramente que al General Enrique Mosconi, pionero en la organización de la exploración y explotación del petróleo argentino e ideólogo y primer director de YPF, en donde esté, en principio se lo encontrará orgulloso, satisfecho y sonriente.

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