viernes, 14 de octubre de 2011

LAS FUERZAS MORALES (Parte VII)

Entusiasmo, energía, voluntad e iniciativa son las condiciones sobre las que se explayó José Ingenieros antes de abordar este nuevo subcapítulo, “DEL TRABAJO”; condiciones que han sido tratadas en las Partes III a VI, consecutivamente. Aquellas que considera necesarias -por qué no imprescindibles- para el hacer y en el hacer. Antes y durante.
En este subcapítulo, el autor traduce el hacer en trabajo, a quien le reconoce el mérito de todos los logros: “Todo el capital de la humanidad es trabajo acumulado”. A su vez atribuye a éste la condición de “deber social”; a tal punto, que “quien nada aporta a la colmena no tiene derecho de probar la miel”. Contundente y claro. Tanto como cuando escribe sin recurrir a parábola alguna: “cumple el deber de producir y tiene el derecho de consumir”.
No obstante lo aligera de carga -o de esa sensación de carga que transmite-, al sostener: “La injusticia social ha conseguido que hasta hoy  el trabajo sea odiado, convirtiéndolo en estigma de servidumbre”. Y lo enaltece atacando cuando se lo “impone precozmente, como una ignominia o un envilecimiento, bajo la esclavitud de yugos torpes, ejecutado por hambre, como un suplicio, en beneficio de otros”.
Es este enfoque del tema el que permite identificar las bondades de algunas políticas locales impulsadas con vehemencia en la actualidad; p. ej.: la persecución al trabajo esclavo, y su sanción; el llamado a los trabajadores a organizarse sindicalmente; y, en la misma línea de lo anterior, el restablecimiento de las paritarias para la negociación y preservación de salarios dignos.
Salario digno es la síntesis conceptual de lo que José Ingenieros sostiene, cuando dice: “dando lo que pueden su brazo y su ingenio, merece lo que necesita para su bienestar físico y moral”.
¡Que privilegiados somos los que vivimos aquí en este tramo de la historia!, habilitados a sentirnos “ex náufragos ahora en tierra firme, mirando protegidos y con piedad a tantos inesperados náufragos...” -como oportunamente dije que escribió Orlando Barone-, cuando en Europa y los EEUU justamente los grandes perdedores resultan ser el trabajo y los trabajadores.
Allí la cultura de la especulación se impuso a la del trabajo, sin importar que sólo unos pocos se benefician con aquella y, contrariamente, del trabajo depende la mayoría. Ahora, a los daños que causó la primera se los pretende remediar con menos segundo y menos contención social. Fusilamiento a la dignidad de muchísimos seres humanos, convenientemente maquillado por la retórica defensa de políticas tan probadamente inservibles al bien común, discursada desde los púlpitos de la mezquindad.
Nosotros también hemos soportado la obscenidad de serviles políticas que degradaron sin pudor a trabajadores y a nuestros mayores. Un pasado no tan lejano, pero quizás lo suficiente como para recordarse un poco desdibujado ante la magnitud de las restituciones que le siguieron en los últimos años. Cúmulo de Justicia y Derecho, de reparaciones y conquistas.
Hay quienes pretenden ocultar los hechos negando esa porción de pasado y renegando de este presente. La memoria de una treintena de cuerpos desparramados por las calles desmiente la negación de los hipócritas; y el reventón de las urnas que viene marchando convierte en frustración cualquier ilusión de tanto renegador oportunista, de manos vacías.
Es que las palabras equidad e inclusión provocan espanto a quienes andan escasos de moral. Trabajo resulta ser el más apto de los vehículos que las viabilizan, a la vez que posibilitará dar por terminado algún día el tiempo de los paliativos.

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