viernes, 5 de agosto de 2011

ROMPIENDO ESTEREOTIPOS (Parte III)

Poner la economía al servicio de la política fue una decisión fundamental para recuperar el rol del Estado. Y con él, soberanía; exclusiva del Estado por definición. Significó dejar de lado las políticas neoliberales que pretenden reducir al mínimo la intervención estatal en materia económica y social y defienden el libre mercado como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico.
El Gobierno comenzó a intervenir activamente. Implementó políticas económicas cuyos ejes se resumen en: más mercado interno, más producción, más empleo y más inclusión. Asimismo dejó atrás viejas ataduras. Aprovechando la cesación de pagos ya declarada con anterioridad, el default, renegoció casi toda la deuda externa. Falta el Club de París -en curso- y los fondos buitres. También se desprendió del FMI y de su entremetimiento en nuestra política económica.
Haciendo uso del sentido común, tras algunos años de acumulación, comenzó a atender los compromisos externos con reservas, que hoy superan los 52.000 millones de dólares estadounidenses (cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, ascendían sólo a U$S 8.150 mill.). Y ese sentido común pone en aprietos a los que insisten con volver a los organismos financieros internacionales, volver a endeudarnos; insistencia que en el 2010 incluyó la rebelión del golden boy al frente del Banco Central. Así voló.
Se podrá estar de acuerdo o no con las ideas y/o con las formas del Gobierno actual, lo que no se puede negar es que rompió viejos estereotipos. Y aunque todavía falte mucho camino por recorrer, los que resultan inapelables son algunos indicadores duros que reflejan una situación-país cualitativamente mejor. Entre los macroeconómicos uno de los más significativos es la deuda externa, que tanto condicionó a la Nación en el pasado. Hoy equivale al 46% del PBI; dicho de otra manera, la mitad de la riqueza que produce el país en un año. Atrás quedó la época en que rompía la barrera del 100%, como le sucede ahora a EEUU y a varios países de Europa.
Pareciera que también quedaron en el pasado aquellas épocas en que cualquier crisis económica externa afectaba la economía argentina. Se lo llamaba “efecto”: efecto tequila (1994); efecto arroz (1997); etc. Contrariamente a aquello, la crisis económica mundial declarada durante el año 2008, que hoy muestra toda su crudeza -¿seguro que toda?-, puede decirse que hasta ahora ni despeinó a la economía argentina. Esta vez son otras las víctimas; y para ellas los consecuentes ajustes; ajustes que no reflejan otra cosa que una empecinada insistencia en políticas neoliberales, que en esta ocasión parecían estar reservados exclusivamente a los países europeos pero que acaban de llegar a los EEUU prometiendo ahondar la pesadilla en que se convirtió desde hace un tiempo el otrora sueño americano.
Hace tiempo que el país del Norte, contrariamente a cómo creció, desarticuló su aparato productivo, lo reemplazó por países taller y decidió para sí vivir del sistema financiero y la especulación. Las consecuencias se hacen sentir. Como sucede en estos casos, la crisis afectó principalmente a la población más vulnerable (desocupación que trepó al 10% de la fuerza activa; 200.000 viviendas rematadas mensualmente por falta de pago de las hipotecas); y el ajuste que viene también descargará su peso sobre ella: los recortes alcanzarán al sistema de seguridad social y no, por ejemplo, a los gastos de Defensa; aparentemente, tampoco se afectará los impuestos a ese 1% de la población americana que se beneficia con el 25% de lo producido por el país.
Aunque es dable admitir que todo ello tiene también un trasfondo político. El gobierno de Barack Obama sufre la coerción de una rabiosa oposición por parte de los Republicanos.

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