martes, 20 de marzo de 2012

TIEMPOS DIFÍCILES

Las corporaciones mediáticas dominantes se tomaron algo de tiempo, poco, para absorber el impacto, para digerir los más de 11,5 mill de votos con los que el kirchnerismo les demostró que de su mano más de la mitad del país cambió de preferencias. Y desde entonces volvieron de nuevo a la carga. Ahora casi sin recurrir a la oposición, a la que no se privaron de reprender públicamente por su mal desempeño; una práctica que no es de extrañar toda vez que no lograron satisfacer las expectativas -y la inversión- que depositaron en ellos.
El renovado arsenal quedó ahora reducido a aquellos instrumentos que permiten a sus diligentes voceros desgastar al gobierno, excediendo el terreno periodístico, incluso, de ser necesario, tirando manuales y ética profesional a la basura . Lo de siempre. Un volver a sus fuentes.
Tiempos difíciles los que corren para el periodismo, como  profesión, por el deslustre al cual algunos lo están sometiendo. Pero eso es harina de otro costal.
Tiempos difíciles también los que corren desde entonces para el gobierno, que no sólo debe gobernar sino que además se ve obligado a desmentir y defenderse.
Los medios dominantes se valen de cualquier asunto para atacarlo. Todo tema y oportunidad sirve a la causa. Ocultan, desnaturalizan o relativizan logros, inflan falencias, generan sospechas, infunden miedo, inventan enfrentamientos, crean ficticias rupturas internas y externas, difaman, infaman y estigmatizan para forzar una realidad a medida y conveniencia de su objetivo: la desazón del ciudadano común. Esto es lo que se ha visto, escuchado y leído en los 100 días que transcurrieron desde que Cristina Fernández reasumió como Presidente.
Esa actitud facciosa no es casual. La clave se encuentra en la promesa electoral del kirchnerismo: profundizar el modelo; promesa electoral que sedujo a más de la mitad de la población, aunque no se conociera en detalle en qué consistiría; promesa electoral que los adalides de la economía ortodoxa saben qué significa. Es que kirchnerismo, ese aguafiestas, se escribe con “K” de Keynes.
En el conjunto de temas hay algunos que resultan centrales para los detractores, como el control de las divisas o el nuevo rol que se pretende del Banco Central de la República Argentina (BCRA). El primero resulta un cepo insoportable para los intereses personales de muchos, aunque esos no coincidan con los del conjunto; y el segundo, una nueva estocada que pone la economía aún más al servicio de la política, significa la recuperación de la soberanía en política monetaria, perdida en 1992 con la reforma de la Carta Orgánica de la entidad en beneficio de la convertibilidad. Ambas medidas son una especie de venganzas keynesianas para los neoliberales. Como varias otras anteriores (p.ej.: hacer valer sus acciones en los directorios de las empresas donde el Estado las tiene; cualquier medida con la que el Estado pretenda regular algo), constituyen una herejía para ellos.
A decir verdad, la relativa al BCRA es una herramienta que requiere seriedad en su uso. Pero también es cierto que nada puede construirse en un clima de desconfianza. Y es precisamente la desconfianza la base sobre la que los medios dominantes moldean supuestas realidades siniestras con las que buscan restarle apoyo popular a la Presidente. Es que faltan 4 años y, para ellos, todo vale con tal de impedir que el modelo avance.

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