Una
de las conclusiones que surgen del último post
es que el kirchnerismo afronta un desafío comunicacional de cara a la sociedad,
porque desde la prensa dominante directamente lo combaten; y, de otros
anteriores, que mantiene un déficit en la materia. A pesar de que últimamente
viene ensayando nuevas estrategias.
Como
prueba del verticalismo reinante, desde que Cristina Fernández de Kirchner está
al frente del Poder Ejecutivo las comunicaciones oficiales pasan casi exclusivamente
por la figura presidencial. Ni siquiera por la Secretaría de Prensa, acerca de
cuya existencia seguramente unos cuantos se percataron recién en la puerta de
este año, cuando la Presidente se tuvo que someter a una intervención
quirúrgica.
Podrán
decir que no se trata de verticalismo sino de estilo de conducción; un
distintivo de estirpe, o de época. Sea como fuere, y más allá de la innegable elocuencia
de la mandataria, no parece del todo acertado que el casi único recurso comunicacional
consista en su discurso.
En
determinados sectores el modelo de país que propone el Gobierno despierta la nostalgia
por dichas perdidas; y los medios dominantes la avivan, acomodándola, transformando
cada acto de gobierno, acertado o no tanto, en una buena ocasión para revolver
el hato. Disparan desde todos lados, por lo que sea, y desatender esto suena
más a imprudencia que de impertérritos.
Permanentemente
ocultan, distorsionan o mienten. Acusan al kirchnerismo de querer dividir al
país, aunque resulte ser a la inversa. Azuzan con sofismas e inflación
retórica. Y dardos con tinta envenenada generan periódicamente libelos dedicados
a blancos que, por alguna razón -fácil de dilucidar si se es un observador
atento-, les resulta molestos.
A
cada cosa “dan un tratamiento afín a los
objetivos que persiguen o los intereses que defienden o a quienes protegen”
(como ya se dijo este mismo mes en “SIMPLIFICACIONES TRAMPOSAS 2”), ensayando un
nuevo género literario: el periodismo mágico, en el que trucan la realidad
incorporándole elementos fantásticos. Y la nueva realidad así construida es
paseada en la prensa escrita, radios y televisión por la pluma y la voz de pretendidos
poseedores de las tablas de Moisés, camuflados de presunta neutralidad
profesional; verdaderos traficantes de basura. Provocativo.
¡Esa
prensa no sirve! Como no sirven la cómplice, la que calla ni la que adula;
papeles que alguna vez asumió esa misma que hoy destila e incuba odios.
Hace
más de un año escribíamos en este espacio: “El
periodismo debe hacer autocrítica; revisar los manuales y reflexionar sobre sus
prácticas. Lo mejor que podría suceder es que retome aquellas reglas claras en
las que prevalecen los intereses del conjunto por sobre los individuales. Cuando
lo haga podrá recuperar el papel de fiscalizador de los actos de gobierno, vital
para la salud de cualquier democracia. De lo contrario, perdemos todos”. Y
por estos días, ante la escalada de los desvergonzados embates, “una mención de Cristina Kirchner a la
necesidad de una ley de ética periodística devolvió a la superficie el debate
sobre deontología profesional”.
Con
las mismas palabras comienza un recientemente publicado artículo del periodista
Sebastián Lacunza, que se transcribe en “OTRAS VOCES”. Más que recomendable. También
recientemente la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN) y de la Federación
de Trabajadores de la Comunicación y la Cultura de la CTA (FETRACOM), pidieron la aprobación
de un proyecto de ley que incorpora la “cláusula de conciencia” al Estatuto del
Periodista Profesional; cláusula que establece que "los periodistas profesionales podrán negarse, motivadamente, a
participar en la elaboración o propalación de informaciones contrarias a los
principios éticos de la comunicación, sin que ello pueda suponer sanción o perjuicio
alguno", siendo motivo para considerarse en situación de despido
indirecto cuando “se produzca un cambio
sustancial de orientación informativa o línea ideológica” o sin su
consentimiento “se inserte o retire su
firma o autoría o cuando se atribuyere la autoría de un trabajo propio a otro”.
“Para escribir hace falta valor, y para tener
valor hace falta tener valores. Sin valores, más vale callar”. ¡A cuántos
les tendría que indicar Pascual Serrano (autor del apotegma) que deberían
callar!
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