Aquí estamos, nuevamente. Inmersos en un verano caliente por donde se lo mire; caliente como pocos -o quizás como nunca- por las temperaturas que debimos soportar durante estos casi dos meses que nos dimos de descanso en este espacio; y caliente, muy caliente, en el aspecto político.
El año pasado, poco después de retomar las notas tras la habitual pausa estival, entre otras cosas hablamos de las tormentas que desataron y desatarían algunos de los asuntos que el Gobierno decidió incluir en la agenda política 2013. Esta vez, en cambio, el tema obligado por las circunstancias son las embestidas a las que nos han hecho asistir y que todo hace pensar que continuaremos presenciando; que se están dando en sentido contrario. Las gestan, hasta el momento, los poderosos -¡vaya eufemismo…!- que boicotean el proyecto de transformación kirchnerista.
En esta oportunidad, el tipo de cambio y los precios son las principales cuestiones que eligieron para entorpecerlo; los campos de batalla donde, desde hace un tiempo a esta parte, la lid se ha hecho más visible.
Hubo quien señaló a esos insaciables como aquellos que pretenden “concesiones a cambio de gobernabilidad”. ¿Concesiones…? ¿Gobernabilidad…? ¿Acaso les interesa dispensarle gobernabilidad a quienes vinieron a disputarles el poder? Todos sus movimientos persiguen crear un clima de absoluta ingobernabilidad; y en ese contexto “pretenden imponer” resulta mucho más cercano a la realidad que “pretenden concesiones”.
“Sabemos, siempre lo supimos, que los proyectos transformadores de matriz popular y democrática se enfrentan, tarde o temprano, con aquellas fuerzas poderosas que desde el fondo de nuestra historia, una y otra vez, han buscado sostener su dominio porque creen, con su visión patrimonialista, que el país les pertenece, que siempre les ha pertenecido”, expresa en uno de sus tramos el documento que el espacio Carta Abierta emitió durante el mes de octubre pasado. Y es así, tal cual.
No obstante, como escribió recientemente el politólogo Edgardo Mocca, el Gobierno continúa sin renunciar a “la voluntad de no entregar el timón de las decisiones públicas a los poderosos intereses que fogonean la inestabilidad”. Como en alguna otra ocasión, esta vez habrán logrado torcerle un poco el brazo, circunstancialmente, pero no han logrado ponerlo de rodillas. Resiste y contraataca como nos tiene acostumbrados: con su habitual heterodoxia. No exenta de déficits y errores -ingenuidades y alguna extravagancia, si también se quieren agregar-, pero innegablemente orientada a producir cambios que hagan de la de muchos argentinos una vida más afable y justa; y a poner muchas otras cosas en el lugar que corresponde.
Aquí mismo, hace ya mucho tiempo, dijimos: “las circunstancias transforman a los ciudadanos en involuntarias réplicas de Tupac Amaru, versión siglo XXI, a las que los adversarios de turno pugnan por convencer de que la causa que abraza cada uno es La Verdad”. La cuestión es a favor de qué lado del molesto tironeo nos ubicamos cada uno, los hombres y mujeres de a pie. Y para tal decisión nada mejor que revisar nuestra historia; es decir, recurrir a la memoria, que, entre otras cosas, sirve para desarticular la mentira diaria, la contradicción patética y la catástrofe permanente que cierta cartelización informativa construye a la medida de intereses ajenos al bien común.
Que -como también dijimos en aquella oportunidad- “los ciudadanos, generalmente más ocupados en -y preocupados por- sus asuntos personales que por cotidianos no dejan de ser importantes, dependan de la información que les suministran para poder evaluar correctamente lo que sucede y tomar posición respecto del asunto”, no nos exime de poner algo -o bastante- de nosotros mismos; traducido en criterio, sentido crítico. Justamente porque tras bambalinas en realidad se está jugando un partido distinto al que suelen contarnos; y el bienestar general está en juego. Algo que no se puede permitir que nos pase por el costado.
No debería resultar difícil recordar los sucesos de 1975, 1989 ó 2001. ¡Memoria, señores!, aunque sea incómodo. Más lo será dejar que esos “poderosos” armen otro de aquellos incendios que algunos tenemos tan presentes y otros, que les hacen el caldo gordo, cuando no esbirros y cipayos, parecieran haber olvidado; o no conocieron.
Por ahora no es más que una fogata, pero no dejemos que pase de eso. Independientemente de banderías políticas.