sábado, 27 de julio de 2013

EN TREN DE DECIR


Últimamente hemos descubierto que las tragedias ferroviarias no son exclusividad de los argentinos. Sin ahondar en los motivos que las provocan, vemos que en otras partes del planeta, donde, contrariamente a este país “de aborígenes y gobierno populista”, según los tilingos, “impera la civilidad”, hay convoyes que estallan y trenes bala que descarrilan. Y todos matan. También nos hemos dado cuenta, hace poco más de 48 horas, que, si de cantidad de víctimas se trata, cualquiera de esos zarpazos de la vida puede apagar más almas que las que hubo que lamentar aquí.
No es intención de este espacio minimizar ninguna de nuestras ni esas catástrofes que poco tienen de naturales y mucho de (i)responsabilidades, sino de poner algunas cosas en su lugar.
Decir que, lamentablemente, nadie está exento, contrariamente a lo que aviesos intereses se empeñaron en instalar en la opinión pública, usando como parte de su arsenal de diatribas los siniestros que han enlutado a la Nación, sabiendo que el dolor y el horror cala hondo en el humor social. Y agregar que, como de alguna manera ya se dijo en el último post del mes de febrero del año pasado (1), valerse de ellos con ese fin habla de una bajeza extrema; habla de carroñeros.
También decir que, por ser éste un país “de aborígenes y gobierno populista”, como algunos de adentro y otros de afuera sostienen con desdén, no es peor que otro. Es lo que somos y, en los tiempos que corren, lo que elegimos ser. Lo que no está mal, y, a pesar de lo mucho que falta, no nos va tan mal como en otras épocas en que nos impusieron ser y hacer como desde afuera -¿solamente desde afuera?- se pretendió que fuéramos e hiciéramos.
Donde “impera la civilidad”, las cosas no marchan sobre rieles. Al contrario. Metafóricamente, hay quienes descarrilan. Interiorizarnos de ello sólo demanda sustituir TV monopilizada por algunos cliks con el mouse del ordenador; y, con igual proporción de sana voluntad que para lo anterior, de menos necedad. Para la gente de a pié, eso solo; para los que no andan tan de a pié, además, menos hipocresía y cinismo.
El comunicado de condolencias de Mariano Rajoy, un copio y pego de otro similar, chino, es un buen ejemplo de esas prácticas deleznables. Uno más. Bochornoso. Una fingida compunción que muestra descarnadamente su esencia… ¿Cómo pretender lo contrario a lo hecho de parte de quien, como varios otros de esa Europa vergonzosamente envejecida de la que hace poco hablábamos, somete a su pueblo a la humillación y la sangría, hipotecando su futuro, sumiso al mandato de los rapaces? ¿Cuánto puede conmover el nuevo dolor de un centenar de familias a quien es impermeable a la desazón de su pueblo?
Valgan los hechos señalados sólo como ejemplo actual. No es necesario centrar la atención en las cuentas del rosario de desgracias de España ni de ningún otro lugar lejano para señalar esas y otras degradaciones. En nuestra propia casa también abundan, sintetizados en la prensa dominante, sus representados y sus dominados: un vasto sector de los actores políticos.
Hoy como ayer el mundo necesita seres más afables. A ello estamos llamados quienes, paradójicamente, parecería ser que cada vez estamos más deshumanizados: los seres humanos.
Por estos días el Papa está reclamando no mirar a un costado y convocó especialmente a la juventud para la tarea. Nuevamente paradójico. La juventud, para los nombrados apenas unas líneas más arriba y todos aquellos de su misma calaña, prácticamente un demonio.
En tren de decir.., Francisco I, en su viaje a la República Federativa del Brasil, les está tapando la boca. Como en algunos otros actos que dispuso. Y ellos tratan de taparlo con sus recursos habituales.
Ya hablaremos de ello…


(1) Entre otras cosas, en aquella oportunidad escribíamos: ““No humillemos a los cuervos o a los buitres", pidió la Presidente en un acto oficial, queriendo decir que no se debería tildar de tales a quienes trataron de aprovecharse de la situación con palabras y en hechos. Si no cuervos o buitres, carroñeros”.


martes, 23 de julio de 2013

TODOS A ESCENA

Hace casi un mes que se descorrió el telón. Protagonistas y actores de reparto ya están en el escenario, incluso algunos directores de cada obra. No se trata de una colectiva, única. Cada elenco representa la suya sobre las tablas, como suele decirse, ansiosos de lograr el reconocimiento del público que se expresará en votos dentro de 19 días, no en aplausos, como  parte del juego de la política; un juego que durante cinco décadas del siglo pasado fue interrumpido en varias  oportunidades. Intempestivamente.
Por entonces la sociedad argentina trashumó entre interrupciones y reanudaciones de la vida democrática. Y en cada una de esas etapas, se supone, asimiló, para bien o para mal, la respectiva convulsión política que la abría o aquella que la clausuraba; que la provocaba y/o provocaba luego ella misma.
El mal no está en las convulsiones políticas. Ellas “traen también la experiencia y la luz, y es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el progreso, triunfen al fin de las tradiciones envejecidas, de los hábitos ignorantes y de las preocupaciones estacionarias”, decía Domingo Faustino Sarmiento. Aprendamos de esas palabras. El mal, en todo caso, reside en los intereses que, disfrazados según la ocasión, históricamente provocaron las interrupciones; aquellos que desprecian la política y sus juegos cuando la primera los afecta.
Pero, en cierta forma, depreciar la política también es decir cosas, sin ruborizarse, como algunas que se escuchan en los discursos de campaña; depreciar la política también es recurrir a spots de campaña como algunos que han comenzado a mostrarse en las pantallas televisivas; depreciar la política también es hacer cosas como algunas que se hacen por estos días de campaña. (Exonerémosnos de dar ejemplos. Son bien conocidos.) En cualquiera de los casos hay que tener muy baja autoestima para aceptar mostrar tanta vocación  por el ridículo. Y mucha falta de respeto por el electorado.
Cualquiera de esos casos indefectiblemente nos lleva a un artículo de Juan Carlos Díaz Roig, de relativamente reciente factura, en el que nos ilustra que los griegos, antiguamente, a quienes se ocupaban de las cosas del Estado -cosas de la “polis”-, los tenían en alta estima, y los llamaban "Politikoons"; y de allí nació la palabra político. Pero, en el mismo artículo -y con razón-, advierte: “Una fuerte tendencia sobre todo de los medios de comunicación, máxime de los grupos hegemónicos, ha conseguido convencer, a masas enteras, que los culpables de todos los males, son los políticos y la política. /// A ello, se suma, por una parte que algunos políticos, con algunas actitudes, alimentan esta versión, y por si fuera poco, que otros, utilizan permanentemente el agravio, la diatriba y el vilipendio para debilitar al adversario”.
Aprender de aquel pensamiento de Sarmiento -y aprender a apreciar la política, cuidarla-, ayudará a torcer otro del mismo autor: “Los pueblos no tienen un carácter activo en los sucesos. Sufren, pagan y esperan”. En ese camino estamos. Indudablemente. No perdamos el rumbo. Volviendo a la nota de Díaz Roig, los griegos, a los que se ocupaban sólo de su hacienda, su familia y sus intereses, “los denominaban "Idiots", y de allí nació la palabra "idiota", porque realmente sólo un idiota puede creer que puede realizarse solo, si no es en una comunidad que se realiza”.
En lo posible…, todos a escena.

martes, 9 de julio de 2013

9 DE JULIO

Independencia…, bellísima palabra… Tanto como sus escoltas: libertad, soberanía, autodeterminación…
Hoy festejamos su día. El día en que por 1816 se declaró la argentina, la nuestra, la que quienes nos tuvieron durante siglos bajo su yugo tardaron 47 años en reconocer; y hace apenas unos días fueron parte del atropello de quienes se niegan a aceptar que independencia no es una palabra vacía.
El planeta no está exento de esos. Por un lado, los que están acostumbrados a imponer a otros su voluntad, sometiendo; por otro, los que proyectan en los demás su propia incapacidad de ser realmente independientes. Sucede que, entre otras cosas, para ser independientes hay que saber plantarse en la vida. Solo así puede honrársela. Pensando en esto último este espacio transcribe algo al respecto en OTRAS VOCES. Y pensando en nuestra patria, abajo, una oda a ella, escrita en 1966 por Jorge Luis Borges:

Nadie es la patria. Ni siquiera el jinete
que, alto en el alba de una plaza desierta,
rige un corcel de bronce por el tiempo,
ni los otros que miran desde el mármol,
ni los que prodigaron su bélica ceniza
por los campos de América
o dejaron un verso o una hazaña
o la memoria de una vida cabal
en el justo ejercicio de los días.
Nadie es la patria. Ni siquiera los símbolos.

Nadie es la patria. Ni siquiera el tiempo
cargado de batallas, de espadas y de éxodos
y de la lenta población de regiones
que lindan con la aurora y el ocaso,
y de rostros que van envejeciendo
en los espejos que se empañan
y de sufridas agonías anónimas
que duran hasta el alba
y de la telaraña de la lluvia
sobre negros jardines.

La patria, amigos, es un acto perpetuo
como el perpetuo mundo. (Si el Eterno
Espectador dejara de soñarnos
un solo instante, nos fulminaría,
blanco y brusco relámpago, Su olvido.)
Nadie es la patria, pero todos debemos
ser dignos del antiguo juramento
que prestaron aquellos caballeros
de ser lo que ignoraban, argentinos,
de ser lo que serían por el hecho
de haber jurado en esa vieja casa.
Somos el porvenir de esos varones,
la justificación de aquellos muertos;
nuestro deber es la gloriosa carga
que a nuestra sombra legan esas sombras
que debemos salvar.

Nadie es la patria, pero todos lo somos.
Arda en mi pecho y en el vuestro, incesante,
ese límpido fuego misterioso.

domingo, 7 de julio de 2013

EUROPA VIEJA

Escribíamos vez pasada que el fiscal general Alejandro Alagia recientemente comenzó una nota diciendo: “Si los supremos magistrados que hoy se oponen a la reforma democratizadora del Poder Judicial ocuparan igual posición en la época de la colonia habrían resistido la Revolución de Mayo y sus ideales de soberanía política”.
¡Seguramente! No existe conquista sin conflicto. Cada conquista necesariamente afecta intereses; y éstos procuran defenderse, por ende, surge el conflicto. Sobre todo si la primera es popular y los segundos son particulares; condiciones que pueden asimilarse a la propuesta del Poder Ejecutivo, convertida en ley por el Legislativo, tendiente a modificar la conformación del Consejo de la Magistratura y la elección de quienes lo integrarían. Una ley que provocó un cisma en el seno de la mismísima Justicia y dejó al descubierto varias cosas.
Principalmente que la tan mentada “familia judicial”, no es tal. Están los unos y los otros; los que reconocen, quieren y abogan por la reforma del sistema judicial, en sintonía con los tiempos que corren, y los que no. Los defensores del statu quo que hacen del Poder Judicial un reducto inexpugnable para la voluntad popular, del Derecho una interpretación a la medida de su conveniencia y sus intereses -y de los que representan-; que actúan corporativamente, se aferran a sus privilegios, etc., etc.
El fallo de la mayoría de la Corte Suprema de Justicia respecto del Consejo de la Magistratura -y el comportamiento de éste- pinta de cuerpo entero a aquellos últimos. Y es en este punto donde resulta certero el concepto de Aliaga. Ya se vio en este espacio cómo, entre otras cosas, el fallo desdibuja esos ideales de soberanía política. Por lo menos, los que reflejaban la pluma de Mariano Moreno. Habrá que ver por qué justamente los de aquel y qué paralelismo puede trazarse con la actualidad. Aunque no es el único. Encontramos entre las máximas de Domingo Faustino Sarmiento: “La Constitución no se ha hecho únicamente para dar libertad a los pueblos, sea hecho también para darles seguridad”. ¿Acaso el fallo en cuestión no violenta en cierta manera la seguridad del pueblo?
Si de violencia hablamos, este post no puede ignorar ni dejar de repudiar la reciente de una parte de la vieja Europa. La Europa vieja. La realmente vieja, deslucida, que supo ser cuna de pensamiento y abanderada de grandes cambios, hoy presta a los mandatos más humillantes. La parte que también se acomoda perfectamente al escrito de Alejandro Aliaga, aunque no haya sido el sentido en el que el autor se pronunció; la que sometió a América del Sur y Central al mayor etnicidio de la historia de la humanidad (1) y la expoliación (2), cuestiones de las cuales nunca pidió perdón, tal vez considerando que con su aporte “civilizador” el balance fue positivo para el continente; de la que sus colonias se independizaron, les guste o no; la que, no obstante, no entiende que sus antiguas colonias ya no lo son, y, evidentemente, no las respeta como Estados independientes al afrentar a uno de sus mandatarios. Y más: considera que no debe disculparse por su comportamiento, aún frente al ridículo que protagonizó.
Que esa parte de Europa continúe renunciando a su soberanía política y económica si sus gentes se lo permiten, pero que respete a las Naciones que no por jóvenes son menos y han decidido no dejar en manos de la rapiña y la dominación su soberanía y la dignidad y el futuro de sus pueblos. Las caras de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) conforman un mosaico. Y están mirando atentas…

(1) Se estima que la matanza alcanzó la cifra de 50 millones de aborígenes.
(2) Si se olvida es porque “el intelecto ha renunciado a su naturaleza, para la complacencia de la voluntad”, diría Schopenhauer. Si se niega, es porque en quien lo hace prima la inmoralidad.